viernes, 13 de julio de 2012

La fría y oscura Londres

Mi cuerpo se paralizó. No podía creer lo que estaba oyendo, no quería. Mi mirada estaba perdida en dios sabe donde, los labios se me resecaron, mis piernas no daban señales de vida y las yemas de mis dedos no sentían ni lo más mínimo. No podía ni tragar saliva, se me acumulaba en la garganta. No  pronunciaba palabra.
–¿Cielo?
–Estoy...aquí.
–Ya, ya sé que estas aquí –Andrew posó sus manos en mis rodillas.– ¿Estas bien?
–¡Si! No...no lo sé. –Le mire a los ojos, azules como el mar y siempre a juego con su corbata. Era raro no verle con una traje, un buen par de zapatos y su pelo rubio liso perfectamente peinado. – Estoy bien, en serio, me alegro mucho por ti, solo que...
–¿Solo que...?
–Es mucho tiempo. –hice una mueca expresando mi insatisfacción.
–Solo serán unas cuantas semanas. Llevo intentando conseguir esta oportunidad años. El subsecretario 
se ha jubilado y quieren a alguien nuevo. Solo iré allí, es donde está la sede y el presidente de la empresa, haré unas cuantas entrevistas, papeleo y el trabajo será mío ¿Lo entiendes verdad? No te enfades. –Cogió las puntas de mis dedos con delicadeza y expresó una sonrisa tímida ¿Se creía que con esa cara de perrito hambriento no me iba a enfadar?
–Si, lo entiendo –parece que sí.– Pero Andrew, me vine a Londres por ti. Dejé a mis amigos, a mi familia, y mi hogar. Y ahora vas tu y me dices que te vas a Nueva York un par de meses para poder conseguir un trabajo mejor. Me alegro por ti, de verdad –mentira– pero no me pidas que no me enfade porque no puedo hacerlo.
–Ya, y lo siento, pero es el futuro de mi carrera. –Ahora dejaba una mano entrelazada con la mía y con la otra me acariciaba el pelo.
–¿Y yo mientras que haré? ¿Ver la teletienda, hacer ganchillo, tocar la tuba?
Soltó mi pelo y tocó su barbilla de forma pensativa.
–Quédate en casa, no sé. –Cogió su copa de vino y dio un pequeño sorbo. No me gustaba el vino pero era La casa del Vino, no vendían otra cosa, y fingía que me gustaba para que Andrew no me creyera tan pueblerina como soy en realidad.– Podrías buscar trabajo como secretaria en alguna buena empresa, yo tengo recursos puedo enchufarte.
–Ya te he dicho que odio ese tipo de trabajos –Bebí un poco de mi vino rosado, pero me sabía más amargo que nunca.
–¿Y qué mas da si te gusta o no? Lo importante es conseguir un trabajo bueno, mírame a mi.
–A ti te encanta tu trabajo ¿Por qué si no ibas a irte dos meses a Nueva York e ibas a dejarme aquí sola?
–Cierto.
–Al final me aburriré, me pondré a cocinar y quemaré algo como la última vez. –Dije entre risas recordando aquella escena, pero él no se rió.
–Si... –puso cara de asco.
No sabía que decir ¿Qué iba a hacer yo sola durante dos meses? En Londres solo conocía a los estirados amigos de Andrew pero en cuanto vieron mi acento Irlandés me tacharon de vulgar. Capullos.
–Bueno...¿y cuando te vas?
–¿Hoy que día es?
–Viernes.
–Ah, pues el domingo a primera hora.
–¿¡El domingo!? –Me levanté del sillón más enfadada que nunca– ¡Serás...!
–Charlotte no grites, te va a oir todo el restaurante. –Me tiraba de la camisa para que me sentara. Quería chillar pero no llamar la atención. Nunca me ha gustado pero siempre, no sé como, acababa llamándola.
–Pues por poco te marchas sin decir nada. –Me senté cruzando los brazos.
–No digas bobadas. A mi también me lo dijeron hace un par de días. Es mi gran oportunidad. Vamos –lo decía en serio.
–Vale...sí. Pero llámame todos los días o cuando estés a punto de hacer una entrevista, si estás nervioso o...
–No eres mi madre Charlotte.
–No, pero soy tu novia Andrew. Tu madre no te dejaría irte.
Cruzó las piernas y dio pequeños sorbos a su copa.
Solo podía pensar en aquella frase ''Dos meses''. No tenía a nadie allí, todos mis familiares y amigos estaban en Irlanda y yo me vine a la fría y oscura ciudad de Londres por él. Única y exclusivamente por él. Y ahora se iba.
Un camarero interrumpió mis pensamientos.
–¿Más vino señorita?
–¡Vállase a la mierda! –me miraba como si fuera marciana y se fue.
–¡Charlotte! Por favor –Andrew me echó una mirada fulminante.
–Quiero irme a casa –me puse una fina chaqueta y cerré mi bolso.
–Toma dinero, cógete un taxi, tengo que hablar con unos compañeros. Ya sabes, cosas del trabajo.
–Está bien, te espero en casa –no me apetecía discutir, cogí el dinero y salí por la puerta.
Había algunos taxis en la puerta así que entré en uno y me fui. 
Solo quería llegar a casa, quitarme esos tacones de mierda y dormir. Andrew me regaló los tacones por mi cumpleaños pero aunque yo los odiaba, le esbocé la mejor de mis sonrisas cuando me los dio. 
Entonces también mentí igual de bien que ahora. No quería que se fuera, pero como algún viejo sabio dijo: Si quieres algo, déjalo ir.





1 comentario:

  1. ¿Es el comienzo de una historia? Me ha encantado, sigues teniendo tu toque de dulzura pero con gracia. Sigue así :))

    ResponderEliminar